50 y 20 - CAPÍTULO II


Mariana volvió al departamento desbordando una felicidad que apenas podía disimular, había dado un gran paso; él ya la había podido conocer, aunque no sería fácil llegar a su corazón. Que el mundo la condenara, no le importaba, ese hombre le había llegado al fondo de su alma y ni ella misma sabía porqué. Habría que esperar si la llamaría. Algo le decía que sí, lo que viniera después no importaba, por ahora, sólo amigos. Qué más podía esperar. Ya se imaginaba ese encuentro, las maripositas de su estómago, revoloteaban a mil por hora. En el fondo era una chiquilina, aún no sabía mucho o casi nada de los problemas de la vida. La mirada de ese hombre solo, todos los día sentado en ese Café, como sin esperar ya nada de la vida. Sus ojos marrones, profundos, reflejaban tristeza, apatía, resignación. Pero cuando la miraba, chispitas de ternura la envolvían a toda ella. Esa alegría, esa sensación, esa fantasía, cada minuto, eran suyos, nadie los comprendería. Unicamente la veían como una impulsiva, como una inmadura, pero en realidad ella sabía que no lo era. Inmaduras eran las otras, que andaban en la pavada, en las discotecas, en la última moda, en los tatuajes, en exhibirse con cualquiera. Les demostraría a todos, que ella era Mariana Aguilar, una mujer hecha y derecha, y lucharía contra lo que fuera por llegar hasta el corazón de su hombre mayor, viejo, no, hombre mayor. La voz insistente de Gilda la sacó de su meditación -"¿Llegaste? Holaaaa ya aterrizaste?
-Aquí, sí, aterricé. Estoy molida, me acostaré temprano. 
-Yo también, no doy más. Y ¿qué más? ¿Cómo estuvo tu día?
-Ya te digo, full de clientes, de pedidos
-Mañana es domingo, descansarás todo el día. ¿No piensas salir?
Mariana pensó, "mañana es domingo todo el día..." y miró el teléfono. No se hacía ilusiones. -No sé, o me quedaré viendo televisión. 
Se sentaron las dos en la mesa, a cenar livianamente, hablando de la academia, de los exámenes, de aquí y de allá. Gilda, a veces se metía demasiado en sus cosas. Estaba más pendiente de sus entradas y salidas que de su propia vida. No aprobaba su amistad con Ernesto, pero le importaba un pepino. ¿Acaso ella le preguntaba por sus amistades? Ya eran las diez de la noche, volvió a mirar el teléfono. Mudo. Como una sombra de tristeza le cruzó por los ojos. Bueno, se iría a dar un baño y a la cama. Las ilusiones vuelan rápido y se hacen añicos. Tonta, ¿qué te creías?, ¿que ese hombrazo se fijaría en ti? Fue a su cuarto, agarró su toalla, su ropa de cama y se metió a ducharse. Abrió la ducha, empezó a quitarse la ropa, cuando le pareció que sonaba el teléfono... ¡Mariana! ¡te llaman! "¿y si era él? Justo que no lo quería, que Gilda interceptara la llamada. Corrió. Y agarró el aparato. La amiga andaba por ahí, pero seguro que estaba al pendiente.
-Hola
-¿Cómo está mi princesa?
El corazón de Mariana se detuvo. Era su Oscar Wilde, su héroe, aún no lo creía. -Hola, ¿estás ahí?
Habló suave para que Gilda no oyera, aunque estaba en su cuarto
-¡Hola! ¿Cómo está? Sabe, pensé que no llamaría
-¿Por qué lo pensaste? Tú me invitaste,  no quería perder esa ocasión. Aunque te diré, no sé que dirá la gente, de ver a este vejete con una preciosa chica joven como tú que puede ser mi hija.
-No sea malo, qué culpa tengo de ser más joven, quisiera tener 30 ó 40, así no tiene vergüenza de mí.
-No, criatura, el que tiene vergüenza soy yo, no me gustaría crearte problemas
-Nada de eso, mis problemas los resuelvo y los decido yo. Entonces, ¿acepta la caminata?
-Por supuesto, caminar por la linda plaza que me lleves. Me pongo en tus manos. Ah y te quiero llevar un obsequio.
-No por favor, ni se le ocurra, no gaste en mí
-No es un gasto, es algo que tengo aquí en mi casa, espero que te guste. ¿Cuándo quieres salir?
-¿Mañana como a las cuatro?
-Perfecto, si quiere nos encontramos en la puerta del Café. ¿Vale?
-Vale, princesa, allí estaré como un clavel. Soy de la vieja onda, puntualidad inglesa.
-Yo le voy a enseñar a borrar la palabra viejo. Mañana entonces a las cuatro.
-Adiós querida, que pases buenas noches.
Mariana quedó como volando en la estratósfera. Tanto fue el cántaro a la fuente... Su primera cita, como amigos, pero era su primera cita. Otro paso más hacia su corazón. Que no se diera cuenta que le gustaba a rabiar.... 
-¿Quién era si se puede saber? Esa voz no la conocía.
-Bueno, amiga, te lo cuento, pero ya sabes, los consejos están demás. Era Ernesto.
-Guauuu ¡tu galán! ¡Caramba! ¡Cómo avanzamos! Amiguita, ya te dije, es tu vida, después, cuando te rompan el corazón, te estaré esperando con los pañuelitos.
-Sí, sí, sí, me lo romperán, y yo lo recogeré con los pañuelitos.
-¡Buena suerte! me voy a acostar. Esa era su gran amiga, nada más que en las buenas, en las malas sólo le tiraba pálidas y encima se sentía más sabia que todas. Se fue a la cama, apoyó su cabeza en la almohada para soñar con el encuentro esperado..


El encuentro

El día amaneció más bello que nunca, o eso le pareció a Mariana, que se levantó temprano, o mejor dicho, casi no pudo dormir porque los nervios, la incertidumbre, no le dejaron conciliar el sueño. ¿A él le pasaría lo mismo? Faltaba un siglo para que llegaran las cuatro. Gilda andaba por ahí, ni que le preguntara nada, porque no pensaba decirle nada. Jamás entendería esta ilusión, que posiblemente no llegaría muy lejos. En su corazón únicamente mandaba ella, equivocada o no, (ella era casi todavía una niña, pero no pensaba así) De alguna forma, supo tocar el corazón de ese solitario, que despertaba lo que nadie supo despertar. Aún no sabía lo que era el amor, si es que existía verdaderamente. Mientras pensaba, miraba el reloj, corría muy despacio. Puso música para distraerse, limpiaba, ordenaba, cualquier cosa para distraerse y apresurar el día.
-Amiga, te veo muy hacendosa- apareció Gilda en pijama todavía - ¿Qué harás hoy? ¿Saldrás con tu galán?
-Quien sabe, cosa mía -
-No seas injusta,  te hablé así ayer porque no quiero que salgas lastimada.
-Y vamos otra vez, no te preocupes tanto por mí, es mi vida, entiéndelo. Si fueras mi amiga, me apoyarías aunque no me entiendas.
-Yo te entiendo, soy tu amiga, no tu enemiga, pero soy un poquito más experta que tú, y conozco a los hombres.
-Pero Ernesto no es "los hombres", es un hombre que tú no conoces, pero yo sí, jamás me haría daño
-Y ¿cómo lo sabes? Si sólo le has servido Café, nada más lo has visto en esa mesa. De verdad, me asustas, y tus padres, te querrán matar.
-Olvídalo, ya no quiero hablar sobre eso. Y de mis padres me encargo yo. Aún ni hemos salido, aquí no hay compromiso, ni ninguna otra relación. Pero te prometo que te contaré como me fue.
-Ah, ¿entonces, sí vas a salir?
-Sí, saldremos a caminar, sólo a caminar. Dijo Mariana conteniendo su impaciencia
-¿Y a qué hora volverás?
-¡Oye! ¡¿Tú eres mi madre?!
-No, nada más una amiga que se preocupa por ti. 
Fin de la discusión, cada una volvió a sus tareas. Desayuno, almuerzo, hablaron otro poco de esto y otro poco de aquello. Y así llegaron las tres. Mariana comenzó a arreglarse, porque quería salir antes, el pecho le palpitaba a mil kilómetros por hora, confiaba en su querido escritor. Además, el no la invitó. Ella le sugirió esa invitación. Se verían en un sitio público. Punto.
Se vistió informalmente, con jeans y zapatillas, su sweter preferido de color verde agua, sin mucho maquillaje, se despidió de su amiga, que no volvió a decirle más. Le dio un poco de remordimiento. Eran casi como  hermanas, pero todo tenía su límite. Tenía que respetarla. Dijo un "chauuu nos vemos" Tomó el cole en la esquina que pasaba puntual. La dejaba a una cuadra y media del café. El sol resplandecía todavía, bajó en la parada y caminó sin mucho apuro, había tiempo, faltaban quince minutos, pero al divisar el Café, lo vio ahí...esperando... llegó antes que ella. ¡Dios mío! de verdad que tenía puntualidad.  Se veía distinto, con un saco marrón y jeans. ¡Lo vio tan guapo! Para Mariana lo era, su cabellera gris con algunas entradas, no muy corpulento, pero tampoco delgado, de manos largas, ahí estaba, esperándola. No faltó a la cita su caballero. De repente la divisó, y le saludó con la mano. Espérame que allá voy. Si supieras todo lo que despiertas en mí. Porqué, aún no lo sé. Se dieron un beso en la mejilla, claro. Creyó notar en los ojos de Ernesto un brillo especial. ¿Sería por ella? No seas tan ilusa. Nada más será una caminata. Despacio, hablando de cada uno, se perdieron por la ciudad, hasta la plaza que quedaba no muy lejos...


Continuará


Comentarios