50 Y 20 . CAPÍTULO I

Para el amor no hay edad, sólo es cuestión de madurez...nunca se es tan joven ni tan viejo para amar...

-Gilda, crees en el amor a primera vista? -preguntó Mariana recostada en el sofá-
-Ni a primera, ni a segunda, ni a tercera. Eso es para los soñadores, definitivamente no para mí. Yo siempre tengo mis pies en la tierra.
-¿Y en el destino tampoco? Volvió a preguntar Mariana
-¿En qué andas tú, se puede saber? Creo en el presente, el destino se lo labra una misma.
-Bueno, ya sabes, me conoces, soy soñadora y me gusta andar de vez en cuando por las nubes.
-Ya sabes, la caída es más rápida, cuanto más subes. Entonces, ¿a qué viene eso? ¿Te encontraste con tu destino? ¿De quién rayos te enamoraste?

Así  hablaban a medianoche, Gilda Martos y Mariana Aguilar vivían. Las dos veinteañeras, estudiantes y empleadas hasta que finalizaran sus estudios, vivían en la avenida Lorca en la ciudad de San Pascual. La primera, Gilda, de esas que se creen chicas listas, la segunda, Mariana, un poco soñadora, un poco realista, pero madura en su forma de pensar, de ésas que esperan un poco más de la vida; algo más salir a parrandear, de ésas que esperaban como muchas al hombre de su vida. De siete a una a la academia (estudiaban enfermería) y de ocho hasta casi la madrugada en el trabajo. Gilda la seguía observando, algo le pasaba a su amiga, pero no se le ocurría qué. Esta vez estaba distinta, con los ojos como perdidos en el espacio. Algo grave pasaba. Sólo que no soltaba por qué.

-¡Anda! Termíname de contar...ya me estás asustando
-Nada, amiga, que sí, que creo que estoy como enamorada.
-¿Cómo enamorada? ¿Cómo así? ¿Estás o no estás? ¿Y quién es el desafortunado? jajajaja, no, broma. ¿Quién es el galán? ¿Lo conozco? Es de la academia?
-Frío, frío... Ni lo conozco ni me conoce. Pero desde hace tiempo lo vi por primera vez, y me dije, ése es el hombre.
-¡Guau! ¿Pero y cómo es? ¿Joven? ¿Atractivo? ¿Cómo de cuánto? ¿20 o 30? ¡No! Es una fantasía tuya, ¿no?
-Ni joven ni tan viejo, ni tan atractivo ni tan feo. Tiene 53, es escritor y no es fantasía, va todos los días al Café. Y se llama Ernesto. Ernesto Blanco
-Gilda la miró desconcertada. Su joven amiga Mariana, ¿era la que le estaba diciendo eso? -Pero, ¡tú estás loca! ¡Cómo vas a fijarte en un viejo como ése! ¡Te imaginas lo que dirán tus padres! ¡No! ¡Tú me estás tomando el pelo!
-Gil, tú no me entenderías, estoy harta de los muchachones, que sólo hablan pendejadas, que sólo quieren llevarte a la cama. El es de otra clase, lo oí hablar, es un caballero, un gentleman, y yo lo quiero conquistar. Quiero que me conozca y conocerlo. ¡Estoy decidida! El es mi destino, algo me dice este corazón.
-No quiero desanimarte, pero me parece que te pasaste de soñadora y de irrealista. Okay, suponte que llegas a algo con él, ¿cuánto podría durar eso? ¿Y cómo sabes que no te buscará solamente para encamarte? ¿Y si es casado? ¡No sabes nada de él!
-Es divorciado, vive en un apartamento a diez cuadras de aquí. Siempre le llevo su café, y él me mira...no puedo explicarte. El tiene que ser mío.
-Mira, Marianita, entiende, hay mucha diferencia, 53 él y 20 tú. ¡Cuando tú tengas 40, él tendrá 73! Cómo puedes estar tan segura que eso durará. Terminarás cuidando a un viejo chocho. ¡No lo puedo creer! ¿Y crees que tus padres te permitirán esa relación! Ajjj. Además, ni siquiera sabes si te hará caso. Uishhh con ese viejo aburrido, ¿adónde podrás llegar?
-No te preocupes, gracias por tu apoyo, no debí contarte nada. Tengo sueño. Hasta mañana.
-¡Vaya! Disculpa querida, sólo me preocupo por ti. Espero conocerlo para darte mi opinión.
-No necesito su opinión, basta con que seas mi amiga para escucharme. Deja, deja... Esto me lo banco yo sola. Búscate tú uno de veinte años. Yo seguiré pensando en Ernesto...tal vez no esté enamorada, sí ilusionada, y mucho. Yo tengo veinte pero pienso como de treinta. Y mis padres, nada, soy independiente, me mantengo yo misma, nadie manda en mis sentimientos ni en mi vida.
-Y aún así te sigue llevando demasiados años 50 y 20 ó 50 y 30
-Ufffffff, no se puede hablar contigo.- y se dio vuelta para el otro lado.

Al día siguiente, ni se abordó el tema, desayunaron, ordenaron sus cosas, compartían un monoambiente, dos chicas de la ciudad, con su equipaje de sueños, de esperanzas, de decepciones, de ilusiones. La vida les ofrecía mucho, sobre todo Mariana, decidida, voluntariosa, de espíritu libre, tal vez su peor defecto, ser muy confiada, confiada en la gente, en el futuro. Lo contrario de su amiga, algo indecisa, y desconfiada hasta el máximo. Pero se llevaban bien, ambas se protegían, se cuidaban una a la otra. En algo estaban de acuerdo, querían ser independientes, no depender de nadie. En el tercer semestre de enfermería, ambas compartían la misma vocación, de querer ayudar y cuidar al prójimo. Algún día podrían colocarse de enfermeras en algún hospital o alguna clínica. Por mientras, trabajaba Mariana en el Café Bar y Gilda en una tienda de mascotas.
Ni se acordaron de la conversación de la noche anterior. Era sábado, no había academia, pero sí el trabajo.

-Uyyy! ¡Se me hace tarde, nos vemos más tarde, amiga! dijo Gilda mirando la hora de su celular.
-Dale, que te vaya bien en tu día, Gil. ¿Qué quieres que haga de cenar esta noche? Esta noche me toca a mí. 
-Cualquier cosa, entre las dos inventamos algo. No te preocupes. De hambre no nos moriremos. Besis, Marian, ciaooo
-¡Hasta la noche!
-Ahh, se me olvidaba... ¡saludos a tu galán otoñal!

Mariana gruñó y le tiró un zapato...

Llegó unos quince minutos tarde al Café, en la barra estaba jefe, cobrando a los clientes. 
- No te acostumbres, mujer. Los clientes no esperan.
-Perdón, señor Gastón, el tráfico estaba terrible
-Bueno, levántate más temprano, mira no sé, yo no me doy a basto, para eso se te paga, si no puedes cumplir, me avisas. No hay nadie indispensable
-No, por favor, jefe, no vuelve a pasar. Le pido mil perdones
-Ya, ya, ya, ponte a trabajar, hay dos mesas sucias, y gente esperando el pedido. -el jefe estaba de malhumor y se retiró a su despacho.
Mariana se puso su delantal verde, se amarró el pelo para ponerse su cofia, verde también. Estaba bastante lleno, y eso que  no era tan tarde. Ordenó las mesas, y llevó los cafés, los jugos, y recién empezaba el día. Pero sus ojos seguían buscando otra cosa...allí, en una mesa apartada lo podía ver, a su galán de canas grises y plateadas, absorbido en sus papeles, ¿qué estaría escribiendo? Ella había leído dos libros de él, "Un futuro incierto" y "La ciudad" Era un gran escritor, pero muchos lo tildaban de mediocre. Para ella, era su Oscar Wilde. Se acercó despacio, para no interrumpirlo.
-Buenos días, ¿cómo estamos hoy? ¿Le apetece algo?
Ernesto levantó los ojos, con una media sonrisa, parece que para él tampoco era su mejor día. -Hola, princesa, ¿cómo estás?
Ese "princesa" en sus labios, sonaba a gloria. Nadie más le decía así. ¿Cómo hacía para no enamorarse? ¿Es que no se daba cuenta de cómo lo miraban sus ojos?
-Bien, gracias, señor Ernesto, siempre gustosa de atenderlo. ¿Qué quiere tomar? ¿Café, tostadas?, lo que usted mande
-Bueno, si no es molestia, un café negro bien cargado.
-¿Un nuevo libro? Yo leí "Un futuro incierto" y "La ciudad" Me motivó mucho este último, no me gustan las ciudades grandes, el tumulto, la inseguridad, en fin...
Ernesto se quedó sorprendido. Nunca hubiera imaginado que tenía una seguidora secreta. Como una luz se encendió en sus ojos, algo cansados.
-¡Qué honor le haces a este viejo literato! Una mujer tan joven como tú, ¡qué digo! ¡una niña!
-¡No soy una niña! ¡tengo veinte y voy para veintiuno!
-Caramba, ¡cómo has crecido! Disculpa, princesa, no pensé que te ofenderías. Desde estas canas todo se ve de otra forma.
-Creo que usted se cree mayor de lo que es. La vida comienza a los cuarenta, a los cincuenta, a los sesenta. Tiene que distraerse, salir, lo veo como muy solo, perdón...
-jajaja-a Ernesto, esa chica siempre le parecía especial, tan atenta con él. ¡Ay, si tuviera veinte años menos! -se le escapó. -Anda vuelve a tus tareas, no vayan a regañarte por mi culpa.
-No se preocupe, me encanta hablar con usted, es más, me gustaría en alguna oportunidad hablar de sus libros, de otros autores. ¿Qué me dice? Y la edad no es una barrera para hablar, ni para conocerse.
Ernesto se sintió cohibido. ¿Cómo una chica tan joven podía interesarse en alguien cómo él? Un fracasado, un don nadie, con esos cincuenta años a cuestas, que a veces se le volvían ochenta. Pero esa flor con delantal y cofia, le despertaban ganas de vivir, de caminar, de hablar, de escribir... De repente se imaginaba de la mano con ella, desde que iba a ese bar, sólo una luz brillaba, Mariana... ¡Déjate de pensar locuras! Estás divagando, serías el último hombre en quien ella se fijara. ¡Puede ser tu hija! Y siguió revisando las notas de su nuevo libro...que se llamaría, a propósito, "Amor de juventud" Recordó que tenía que llamar a Blasco, su editor. Esto no lo hacía por dinero, escribir era su pasión, lo único que le daba sentido a existir. Y ese pimpollo...No quiso pensar más...

Las horas se fueron yendo en ese lugar, un Café bastante ameno, con sillas de madera, cuadros de pintores conocidos, más parecía uno de esos Cafés europeos, por eso le gustaba a Ernesto, lo hacía sentir en su ambiente. No hablaba con muchos, a veces algunos amigos del barrio se acercaban a saludarlo, a preguntarle por sus obras. Y Mariana iba y venía con su bandeja, llevando cafés, sandwiches, parecía que nunca se cansaba, ¡y que se iba a cansar! ¡Veinte años! De vez en cuando los ojos de Ernesto y la muchacha se cruzaban, se sonreían, él no quería pensar en ella más de lo debido, y ella no podía dejar de pensar en él, pero su escritor no se lo imaginaba. ¡Tenía que hacerle ver que sus 50 y 20 no importaban! ¡Cuántas parejas con gran diferencia de edad, fueron felices! A ver, y se puso a recordar: Charles Chaplin y Oona O'Neill ¡Chaplin le llevaba 36 años! Bueno, en el momento no recordaba otros, pero sabía que los había. Lo suyo no era un capricho, ni una obsesión, desde que lo vio por primera vez, se quedó en sus ojos y en su alma. Y algún día tendría que decírselo, porque sino, ¡reventaba!
Ernesto se refregó los ojos, por hoy era suficiente, volvería el lunes, porque era como su segundo hogar, ¿o era una excusa para ver a su princesa? Ser viejo no quiere decir que no se pueda soñar. ¡Si ella no se acercara tantas veces! Cómo si yo fuera su único cliente! ¡Loquita! Y no terminó su pensamiento, que ya su loquita venía hacia su mesa, con un papel.
-¿Ya se va, señor Ernesto?
-Déjate de señor, Ernesto y punto para ti.
-¿No quiere tomar nada más?
-Y el usted también me lo cuelgas por ahí...así no me siento tan viejo.
-¿Otra vez? No se imagina como suena en su boca la palabra viejo. Lo hace sentir como si fuera algo inservible. 
-Gracias, encanto. 
-En tu boca todo es música. (cuidado, no te excedas)
-Disculpe la pregunta, Ernesto, ¿vive solo?
-Sí, divorciado y solo. Bueno, solo no, con mis libros que ocupan bastante espacio. Y mi perro, Cut y mi gato Free. Así nadie se siente solo.
-Yo también estoy sola, comparto departamento con mi amiga Gilda, estudiamos enfermería las dos.
-¡Qué bien! ¿Qué me receta para soledad enfermera Marianita?
-Pues qué bueno que lo dice, salir a caminar a un parque con una buena amiga, hablar de libros, de autores, yo no sirvo para escribir, pero dicen que un libro es el mejor amigo.

Si con esa respuesta, Ernesto no se enamoró, qué más debería decir o hacer esa chica osada y resuelta a despertar su atención. El hombre cincuentón sólo la miraba casi con devoción. Nada más quería saber de ella, era su alma gemela, pero había llegado con veinte años de retraso. Si decía otra cosa más, se levantaría y se la llevaría de allí, a cualquier parte, para robarle un beso. ¡Qué te pasa! ¡Estás desquiciado!
-¿Qué dice? Quién nos prohíbe caminar, hablar, por si se decide aquí le dejo mi teléfono. Ya sabe, sería un placer conocerlo más. Y se devolvió con pasitos rápidos a su oficio.
Ernesto cerró los ojos, ¿quién estará peor ella o yo? ¡No sabe lo que me pide! ¡Casi una menor!  ¡Pero de dónde aterrizó un ángel como ése! ¡Quién se lo mandó! Iba a tirar el papel, pero su deseo más escondido e insensato se lo impidió. Mi niña ¡ya me volviste loco!


Continuará...

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