EL REGRESO

¡Cuánto lo esperó! El tiempo lo había borrado, aunque su recuerdo no. Se le fueron los años preguntándose el porqué de su partida. Sólo podía llorarlo como a alguien que se ha muerto. Porque la ausencia es otra clase de muerte sin tumba y sin epitafio. Alguna vez existió el amor, más para ella que para él. Fue la única vez de la felicidad, de la pasión, de la ternura, de las caricias; fue la última vez del amor. A pesar de saber que algún día lo perdería; sólo que no imaginó que fuera tan pronto. Apenas tuvo oportunidad de disfrutarlo; de mirarse en sus ojos, de perderse entre sus brazos fuertes, de libar de su boca la miel de sus besos. Un avión se lo llevaría lejos, dolorosamente lejos... Hubiera querido detenerlo; aprisionarlo junto a ella; rogarle que no la dejara; todo era imposible, lo sabía; su amor no era correspondido. Para él había sido como un paréntesis; un sentimiento nuevo; un refugio; lo que fuera. No tenía la culpa, también tenía un pasado que lo perseguía. Jamás volvería....
Y llegó el día temido, que se lo arrancaría como si le arrancaran las entrañas. Tal vez más que amarlo, estaba aferrada, porque cuando se entregó a él, supo que ninguno la volvería hacer sentir así... como cuando la hizo suya. Hubiera querido paralizar el mundo, detener lo indetenible.  Después de más de treinta años se miró al espejo, la vida hizo estragos con su cuerpo y con su alma; otros amores hicieron más estragos, engaños, abandonos, maltratos, golpes, heridas físicas y psicológicas; siempre un dolor nuevo, carencias y un sueño frustrado de amar y ser amada. Hoy la soledad era una compañía, una necesidad;,estaba rendida; no tenía sentido esperar lo que no existía. Alguna vez leyó una frase "la felicidad es una monstruosidad que se paga" * y ella pagó un alto precio; la felicidad era una utopía o había huido hacía treinta y cinco años. De su recuerdo brotaron imágenes borrosas sin voces, sin colores, los últimos instantes,esperando el ascensor que se lo llevaría, el último abrazo, el último beso; no pudo ver sus ojos, tenía oscuros lentes; no pudo descubrir qué había en esa mirada, si un poco de amor o mucha lástima. No hubo un te quiero; ni un espérame; sólo un adiós y lágrimas. El ascensor se cerró. Adiós amor...
Recordaba que volvió a su vida; tenía que seguir caminando, sin rumbo; en el día fingía ese dolor que la devoraba, por las noches lágrimas mudas empapaban su almohada. Aunque se esforzaba,se daba cuenta que todos adivinaban su tristeza. Sin decirle nada; callaban, y ella, la abandonada, lo agradecía. Así aprendió a borrarlo de su mente, a la fuerza, unas veces con nostalgia, otras con rabia. Quería odiarlo, pero no tenía excusas, ninguno de los dos era culpable de ese destino incomprensible. Su único recuerdo eran las fotos, pero mirarlas era como clavarse un cuchillo. Ya basta con tanto dolor en vano...las rompió... las destrozó en pedacitos, y junto a ellas hizo añicos su corazón, inmolando el único recuerdo vivo y palpable. La memoria se detuvo ahí. Después...el después no venía al caso. Su alma había quedado sepultada junto a ese recuerdo. El resto de su vida era sobrevivir... Los amores que vendrían la hicieron escribir ilusiones, pasiones, olvidos, encuentros, desencuentros, adioses, mas ninguno dolió tanto como la despedida en ese ascensor.

Los años trajeron nuevas técnicas, computadoras, Internet, celulares, nuevas amistades: amistades virtuales; algún amor virtual para engañar tanta soledad. Alguna vez se preguntó; ¿y él?  ¿Estaría dentro de ese mundo virtual? Todo era posible. Pero ¡ya había pasado tanto tiempo! Ni la recordaría... Dejó pasar esa pregunta. ¿Cómo estaría? ¿A cuántas mujeres habría amado? Le lastimaba un poquito todavía saberse arrojada al olvido. Tal vez su corazón no se parecía a otros. No sabía olvidar. Le gustaba atesorar buenos recuerdos; y él, él era el mejor de los recuerdos...
Llegó Navidad; las luces del árbol, el Nacimiento, otra época para renovar el espíritu de fe y esperanza. Eso no lo perdía. Se acercó a la computadora para enviar por Internet los saludos navideños. Y algo más fuerte que ella la impulsó a hacer lo que siempre la había inquietado. Escribió su nombre... (recuerdo mío, yo te bendigo...) y como una visión del más allá, apareció ese rostro, viril; el que ella besó tantas veces; como un fantasma del ayer invadió el cristal transparente y su alma se detuvo; había otra foto; de alguien más canoso; de lentes claros (no podía ser) pero sí; era él; su amor de antaño; su gran amor. Casi un desconocido; pero a través de sus lentes, pudo adivinar esos ojos donde se vio tantas veces... Bendijo a Dios y a la vida. Un pequeño milagro había ocurrido. Ella era cristiana. Los milagros existen. Estaba viendo uno después de treinta y cinco años...
La duda la carcomía; ¿qué hacer? ¿le escribiría? ¿se acordaría de ella? ¿La aceptaría? ¿Qué podía perder? A lo más, un no por respuesta. Comenzó a escribirle; un corto mensaje. "Te conocí hace unos años..." terminó de escribir. Sólo restaba apretar el botón de envío. Pero sabía que una vez hecho no había lugar para arrepentimientos. Sería aceptada o rechazada. Sus manos le sudaban. Se dijo, tonta, loca, arriésgate, es sólo virtual; un salto virtual al vacío virtual. Y saltó. Apretó click... Y el mensaje viajó hacia la galaxia electrónica. Sólo era esperar...pasaron unos días y esperaba... Pensó que ese amor estaba tejido de esperas. Porque aunque lo perdió para siempre, siempre lo esperó.

Llegó Nochebuena y llegaron mensajes; saludos; brindis; ho-ho-ho; la odiosa risa de Papá Noel; del Viejo Pascuero; las luces del árbol; villancicos; el Niño Jesús con su tierna sonrisa trayendo el mensaje de Amor a los hombres... Una Nochebuena que despide a la Nochevieja. Una noche para olvidar tristezas con las risas; la música ; el pan de jamón; las hallacas; las nueces y los turrones. Su espera la bebió en una copa de vino; otra de sidra; otra de champagne... Una tristeza nueva la invadió. Tuvo la ilusión de que el Niño Jesús dejaría con su tierno Mensaje el mensaje esperado en el arbolito. Era eso. Ya no estaba en su vida. Estaba bloqueada; eliminada; borrada totalmente en la memoria de quien quiso tanto. El tiempo y la memoria trabajan juntos; hacen un click en la mente y todo queda en blanco. O tal vez él la limpió de su memoria el mismo día que se fue...
Ya habían pasado demasiados días. Pensó en dos posibilidades; "o no se acuerda de ti; o te recuerda algo pero ya no existes en su vida" Era lo lógico. No esperes más; no vendrá. Ilusa que eres...

Haría un año que le había escrito. Corrieron los días; los meses; Octubre...ese mes estaba unido a su recuerdo. Se fue en octubre. La llamó por única y última vez en octubre. Ingrato octubre... Salió a caminar como todas las mañanas; para bajar su tensión alta; ya eran sesenta que cargaba con sus pies. Sol implacable; calor y una larga avenida. Como todos los días, agotar sus horas en esa actividad, bancos, cajeros, automercados, el ciber para matar su tiempo. La vida se había reducido a eso. Pero aún respiraba; debía cargar la cruz de cada día. La computadora; Internet; Facebook; Instagram; Tweeter; ese era su mundo para rellenar los espacios vacíos, donde uno puede repartir el corazón a muchos amigos. Una poesía allá, un saludo, imágenes, y miró el dibujito de solicitud de amistad y dos mensajes. Abrió primero el del amigo nuevo. Uno más. Quién sería... Su corazón saltó con su cuerpo en la silla. ¡Él!  Era él! Pidiendo amistad. Entonces no la rechazaba. El primer mensaje era suyo. Le dio miedo abrirlo. ¿Qué le diría? Lo abrió...La ansiedad le comía el estómago. No la recordaba pero quería hacerlo. Estaba en línea. Era como sentir su voz. Su querida voz pero en letras. Algo en su memoria comenzó a surgir. Un recuerdo aquí; otro después. Ella lo bendijo. El recuerdo no había muerto totalmente en él. Ya no eran tan desconocidos. Era la resurrección de un pasado añejo pero no muerto. Hoy era como un amigo nuevo pero con un lazo invisible de largos años.

Hubiera querido abrazarlo, besarlo, pero ya no tenía ese derecho; solo un pequeño consuelo de besar su alma virtual detrás del cristal. Sería una diferente forma de quererlo, de estar a su lado. Al menos la vida le debía eso. La eterna espera había terminado. Se despidieron hasta el otro día. Ella se fue feliz. Amaba ese día. Para no olvidarlo. Miró la fecha. Octubre 29. Se repitió: Octubre 29  Conocía esa fecha. Se rió por dentro. La vida le seguía gastando jugarretas. La llamó por última vez un octubre 29 de 1980. El destino los reencontró un octubre 29 de 2015. Misma fecha pero treinta y cinco años después. Era casualidad? O sarcasmo de la vida? Qué más daba! 


* "La felicidad es una monstruosidad que se paga"
Gustave Flaubert

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