DOS DEL SIGLO XIX - 1a PARTE

Juan Manuel Rivadeneyra era uno de esos tipos del siglo diecinueve; una especie en extinción. Muy alto, algo delgado, amable, educado, culto, no muy agraciado físicamente, pelo oscuro, algo rizado, con unos ojos azules muy lindos que  ocultaba detrás de sus quevedos; tampoco es que su físico asustara. Era profesor de literatura en una escuela secundaria. Así que siempre andaba con sus libros debajo del brazo. Le encantaba la música, aunque no era muy entonado; no le gustaba bailar, era un «pata dura» Era de esos que ceden su asiento a una mujer, que ayudan a cruzar la calle a una viejita, le encantaba la poesía, por eso digo que era del siglo XIX, ya que en este XXI vaya Usted a buscarlos. Salía muy poco, una que otra vez al cine, su sitio preferido era la biblioteca donde buscaba sus libros preferidos. «Algo aburrido» lo considerarían las chicas de hoy.  No era de muchos amigos, tenia un grupo pequeño, Sancho y Felipe. Esos dos sí eran de este siglo. Buenas personas, pero no tenían las finas costumbres de Juanito como le decían. Siempre gastándole bromas que Juan Manuel esquivaba como podía. Porque si algo tenia de bueno este Bécquer moderno, era su bondad y generosidad. Falto de malicia, no es que fuera un santurrón, pero era bastante inocentón. Y su peor defecto era su timidez. Le gustaban las mujeres pero no sabía como abordarlas. Algo trágico para él, por lo que se enterraba en sus libros y en sus audífonos oyendo sus baladas preferidas.
Sancho y Felipe querían conseguirle novia a toda costa. Su amigo ya estaba abordando los veintinueve y de relaciones, nada de nada... Así que decidieron llevarlo a una fiesta; allí le buscarían alguna chica más despabilada que lo sacara un poco de ese aislamiento... Así que decidieron llevarlo a una fiesta; allí le buscarían alguna chica más despabilada que lo sacara un poco de ese aislamiento. Aunque para Juan Manuel no era tan urgente eso del noviazgo y casamiento. Porque obviamente, él era de esos que terminan en el altar. Nada de relaciones modernas ni concubinato. ¡Cuántas quisiéramos encontrar a alguien como él!
El día llegó, Juanito aceptó a regañadientes la invitación, pues él para bailar no era mandado a hacer e invitar a alguna chica ¡ni soñarlo! Sancho y Felipe lo llevaron a rastras. En el baile todos los chicos y chicas vestían a la moda, blusas escotadas, jeans, franelas, minifaldas, todo casual; cuando vieron entrar a los tres, fijaron su mirada en Juan Manuel, traje negro  y un moñito blanco. Todas las miradas fijas en el galán del siglo antepasado.
-Y éste ¿de dónde salió? ¿De Marte?
.¿De qué siglo vino?
-Caro, ¿por qué no lo sacas a bailar?
-¿Yooo? ¡Sácalo tú pajuata!

El pobre Juan no era nada estúpido. Se sintió como sapo de otro pozo. Estaba arrepentido de haber ido. Ese lugar era una tortura, música estruendosa, los grupos de jóvenes gritaban, reían fuerte, no le pareció un ambiente agradable. -Muchachos, ustedes diviértanse, quiero irme, este lugar no va conmigo, además tengo que levantarme temprano
-Nada de eso, la noche recién empieza. Sancho búscate unas cervezas
-¿Cervezas? Para mí no. Yo tomaré un refresco.
-¿Estás loco? Aquí sólo sirven cerveza y whisky. Anda chico, no seas "zanahoria"
-De veras, el alcohol me hace mal.
-Pero una cervecita no te volverá alcohólico.
-Bueno, una, ¡pero nada más!
Al rato vino Sancho con las tres cervezas y una chica. -Esta es Diana, mi chica - Juan Manuel le dio un beso en la mano. La amiga de Sancho quedó perpleja. Le susurró al amigo de Juan -¿De qué planeta es? -Es terrícola, no te preocupes, pero un poquito anticuado.
-No tienes una amiga para él? -Hablas en serio? Haré lo que pueda.
Al rato vino Diana con una chica pelirroja, un cuerpo escultural, un vestido ceñido, mascando chicle, precisamente de las que Juan Manuel huía. Lo miró de arriba a abajo; ya él le iba a besar la mano, pero la chica lo haló a la pista de baile. Juan quería decirle que era patadura pero era tarde... (¡Al fin! -dijeron los otros dos- ya le conseguimos a alguien...)

No tardó mucho en volver, vino Juan Manuel todo acalorado, medio molesto -Que pasó, no bailas más? -Me voy! dijo Juan Manuel
Detrás venía Diana cojeando -Mejor enséñenle a bailar!
Duró poco el entusiasmo de los amigos, ¿cómo harían para que se enamorara? Tendrían que darle una clase de baile. No hubo caso esa noche. Se lo llevaron sin haber tenido éxito.
Así pasaron los días, Juan Manuel como siempre, su vida transcurría sin sorpresas, monótona, pero a él le gustaba de ese modo. Que nada ni nadie la cambiara. Llevaba una vida simple, tranquila, era un hombre sano mental y físicamente. Un "zanahoria" como le decían sus amigos, no fumaba, no bebía, no se trasnochaba, no le faltaba el respeto a las chicas, no decía malas palabras; tal vez Dios lo había hecho nacer en la época equivocada, pero estaba en este mundo, en este siglo XXI, y ésta era su manera de vivir; así era él y así tenían que aceptarlo. La escuela le quedaba a cinco cuadras. Su clase era en quinto año. Hoy les tomaría un examen de literatura. Ya lo estaban esperando sus alumnas con cara de aburridos. -Guarden sus libros, se acordarán que hay examen. 
-Profe, ¡no me acuerdo nada!
-¿Será muy largo?
-Silencio. Al que vea copiarse le anulo el examen
Mientras uno de los alumnos repartía las hojas, él fue escribiendo en la pizarra las preguntas. Todos en silencio escribían. Algunos intentaban ver los trabajos de sus compañeros -Julio, concéntrate en lo tuyo. - No era tan difícil, se trataba sobre autores, nombres de las obras, análisis de las mismas. A la hora, Juan Manuel le dijo al mismo alumno que recogiera  las hojas. -Pueden salir al recreo. Mañana les traigo las notas.
-Hasta mañana profe, no nos raspe
-Si estudiaron no los rasparé. Sino ustedes solitos se rasparon- Eran chicos y chicas de diecisiete a diecinueve años Algunos estaban repitiendo el año. Recogió todo los papeles y se fue a su casa. Tendría trabajo esta noche, era lo que más le apasionaba. Su vocación docente. Fue caminando hacia la puerta de salida. Para nada se dio cuenta que unos ojos lo miraron hasta que se perdió en la lejanía...

Esa noche se preparó bastante café para poder corregir los exámenes. Eran cuarenta y cinco  alumnos. Vaya lo que le esperaba, una montaña. Montaña que se redujo a la mitad como a las once de la noche. Alguno que otro rebotado, iban bastante bien, tenían que reforzar mas la materia. De repente, un sobre mezclado llamó su atención. Lo abrió (que raro, quien lo pondría allí?) Sus ojos comenzaron a leer, los restregó con sus dedos, estaría viendo mal? ¿Un poema?

«Cada vez que te miro
algo en mi corazón renace
cada vez que tú te alejas
una tristeza en mi alma dejas

Amado, tus ojos de azul mar
son mi ensueño más claro
los miro sin que te des cuenta
te amo sin que tu lo sepas»

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