SECRETO DE CONFESIÓN - CAPÍTULO III



La vieja Iglesia aún se mantenía con el paso de los años, estaba ahí en una esquina como testigo silencioso muchos amaneceres, del transitar de los pueblerinos que pasaban frente a ella; de paredes grises, y con amplios vitrales, todavía no había abierto sus puertas. Los detectives aparcaron la camioneta a un costado de la calle y se dispusieron a entrar por la entrada del despacho parroquial. Allí los recibió amablemente un sacerdote bastante joven, aunque se sintió extrañado al saber que eran policías... 
 ¿En qué puedo ayudarlos? –
- Necesitamos hablar con el padre Gastón Bernal. Es muy importante.
- Lamentablemente el padre Bernal ya no sirve en esta parroquia, desde hace muchos años él pidió al Obispo de entonces, Monseñor Carrión, el traslado a otro lugar. Pero podría hacerles llegar su mensaje para que se comunique con ustedes.
- ¿Podría informarnos adónde fue trasladado? - insistió Coparov
- No creo que haya problema en informarles, el se fue a otra iglesia que queda a una hora de Altavista, en el barrio de La Florida, la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús. Allí vive aunque no oficia como sacerdote por sus problemas de salud.
- Muchas gracias padre, trataremos de ubicarlo.

No tardaron en llegar a la Capilla, que era bastante pequeña, como escondida entre los árboles de un florido parque, parecía estar esperándolos. A lo lejos pudieron apreciar la figura de un hombre bastante viejo, que cuidaba las plantas, empezó a caminar hacia ellos con lentitud. –Buenas tardes, que desean los señores? – preguntó un anciano
- Por favor, deseamos hablar con el padre Gastón, soy el Inspector Sergei Coparov y él es el detective Millán.
El rostro del viejo Paco pareció oscurecerse, sabía que esos dos traían problemas. Los acompañó a la entrada de la capilla, -esperen un momento, veré si el padre no está durmiendo – Pobre padre, -se dijo Paco- no le van a gustar nada estos visitantes. Se asomó en el despacho del sacerdote, que se encontraba leyendo, estaba quieto, muy sereno. – Padre, allá afuera lo buscan dos policías – El religioso quedó algo sorprendido, pero no le extrañó mucho esa visita, sabía que ese día llegaría, más bien habían tardado demasiado. El padre Gastón había envejecido ya, tenía unos setenta y cinco años, aunque conservaba una espléndida figura, con su pelo blanco, le daba cierta distinción. Recordó por un instante esos años de servicio en Santa Cecilia, fue dolorosa para él tomar la decisión de irse, pero el obispo estuvo de acuerdo, su vida mientras estuviera allí podía correr peligro, así como la de su mayordomo y la de Inés. Aunque nunca más había vuelto a saber de ese extraño, no quiso tomar ligeramente su amenaza. Lo que más lo atormentaba es saber que seguramente volvió a matar, y el no poder hacer nada lo sumergía en un mar de remordimientos. Por eso, nunca más quiso leer las crónicas amarillas, no quiso enterarse ni saber qué pudo haber ocurrido. Se encomendó a Dios y le dijo a don Paco que pasaran.
- Padre Gastón, lamentamos interrumpir su agenda, solo será unos instantes, necesito hacerle unas preguntas. – Le pidió a Millán que lo esperara afuera, para que la entrevista fuera más íntima, y no hacer sentir acosado al clérigo.
- Sí, siéntese, desea tomar un café, bebidas alcohólicas no consumo.
- Como desee padre, si usted toma yo también lo acompaño con un cafecito. – Gastón llamó a su viejo amigo Paco para que les preparara dos tazas.
- Bueno padre, no quiero quitarle su tiempo, solo le haré unas preguntas esperando que pueda ayudarme, no sé si usted ha leído las noticias últimamente, en este pueblo se han estado sucediendo una serie de crímenes abominables, parece ser obra de un asesino en serie, no hemos podido encontrar nada que nos conduzca para atraparlo. Pero nuestras investigaciones nos han llevado a relacionar el caso con un crimen cometido en el año 55, el cadáver fue hallado en donde estaba Parque Montserrat, ya sabe bastante cerca de la Iglesia Santa Cecilia donde usted sirvió de párroco.
El padre trató de disimular su temor, no sabía como saldría de ese atolladero, aunque deseaba poder ayudar, su juramento debía mantenerse intacto. Aunque él no había podido ver al extraño, de la confesión no podía decir nada, por su deber de sacerdote y para no arriesgar las vidas de sus queridos amigos.
- Ud. dirá Inspector ¿en qué puedo ayudar? – tragó saliva, no le gustaba mentir, pero era necesario –
- Quizá por aquellos días cuando prestaba el servicio de la confesión, nunca nadie se acercó a Usted, ningún sospechoso, que pudiera contarle algún crimen?.
- Detective, yo no puedo hablar sobre eso, para un sacerdote el secreto de la confesión es sagrado, inviolable, lo lamento en ese sentido, yo no puedo ayudarlo.
- O sea que sí pudo haber algo de eso. Mire padre, yo respeto su sagrado deber, la verdad no creo en Dios, yo creo en esto solamente – le dijo mostrándole sus credenciales – si usted sabe algo que pudiera detener esos crímenes y no colabora, podría estar haciéndose cómplice de ese loco, estaría obstruyendo la justicia.
- Lo siento, no sé nada, no puedo decir nada... y además eso fue hace muchos años, aunque quisiera, cuánta gente ha pasado por mi confesionario, no podría recordarlo.
- Vamos padre, que no todos los días vendrá alguien a contarle que cometió un asesinato.
- Quizá, tal vez, pero créame quisiera ayudar, mas no sé nada sobre esos crímenes.

Coparov se sintió desanimado, no podía forzarlo, ni quería meterse en problemas con la iglesia, volvían otra vez al punto muerto. Sintió rabia, coraje, ¡maldición!. El sacerdote no hablaría ni aunque lo mataran. Admiró su entereza, su fe, pero no podía comprenderla. Para él antes que nada estaba su deber, la seguridad de los ciudadanos, respetar y hacer respetar la Ley, esa era su Biblia, su palabra sagrada. En realidad ¿el sacerdote estaría callando por no violar su juramento o sabía algo más que le impedía hablar? Decidió dejarlo por el momento para no presionarlo, pero no lo dejaría así. – “Yo a ti te encuentro porque sí, maldito” – Se despidió de Gastón pidiendo disculpas. –Está bien vuelvan cuando quieran, Dios los acompañe –

Gastón quedó a solas en su oficina, cerrando los ojos rezó en silencio, a solas con su conciencia, pidió perdón a Dios por esa culpa que llevaba sobre sus hombros hacía cuarenta y cinco años. El viejo Paco los vio irse, se dijo que era hora de hablar con el padre, sobre ese recuerdo que conservaba en su memoria, por qué no lo había dicho, no sabía, le restó importancia. Pero cuando vio a los detectives, algo le dijo que tal vez tuviera que ver con lo que vio. Fue al despacho, se sacó su gorra, y humildemente entró. – Don Gastón, puedo pasar un momento?
- Sí mi amigo pasa, ¿que ocurre?
- Padre, no sé si usted se va a molestar por lo que diga, pero tengo que confesarme.
- ¡¡¡Pacooo!!! ¿Qué sucede?, ¿tú confesarte? Mi Dios, ¿a tu edad? Viejo ¿pillo que hiciste? Jajajaja – Le gustaba bromear con su amigo, con su media mitad, el día que le faltara, no quería ni pensarlo, siempre daría gracias a Dios por ese hermano que se mantuvo a su lado a pesar de los años.
- Sí padre, pero no es un pecado de esos… No, que va, ni aunque quisiera. ¿Ud se acuerda hace años allá en Santa Cecilia, una vez cuando usted me preguntó si había visto salir a alguien del confesionario?
Gastón se puso pálido como la cera, de qué estaba hablando este Paco, la única vez que le preguntó algo así, -en eso su memoria no le fallaba – fue cuando recibió esa confesión espantosa. – De qué hablas viejito? Sí, lo recuerdo, te lo pregunté pero me dijiste que no viste a nadie.
- Bueno Padre, ese día andaba medio apurado y creo que no entendí bien la pregunta. Pero sí recuerdo que esa mañana vi levantarse del confesionario y salir hacia la puerta a un tipo medio raro. Alcancé a ver su rostro. Se me quedó mirando un breve instante. Es de esas caras que nunca se olvidan. No sé por qué, presentí que algo malo había en él. Después con esta cabeza que tengo no le dije nada, le resté importancia.
- Está bien, Paco, no tengo que perdonarte nada, fue un pequeño olvido, ya no tiene importancia. Quizá todavía se pueda hacer algo. Te agradezco ahora vuelve a tus tareas. Si te necesito yo te avisaré. Te lo prometo.

El padre quedó ensimismado con la “confesión” del viejo mayordomo, que ya tenía casi noventa años, pero su salud era como un roble, había llevado siempre una vida muy sana, junto a sus árboles, sus plantas, caminando de aquí para allá. Pobre Paco, quizá él también había llevado su saco de culpas. Enseguida pensó, Paco no es sacerdote, él podría informar a la policía, si recordaba su rostro, podrían hacer un retrato del hombre, así podrían encontrarlo, pero yo también debería contar sobre eso a los detectives. Estaba en una encrucijada, en realidad deseaba que terminaran esos crímenes, que no volviera a matar. Decidió consultar al Obispo Carrión para no actuar por su propia decisión.
Más tarde el clérigo se encerró en su escritorio, marcó el teléfono del Arzobispado para pedir una cita urgente con el Obispo Cordelle. Le contestaron que lo recibiría inmediatamente; tomó coraje y salió en su viejo coche, sin saber que lo estaban observando. No tardó demasiado en llegar, al antiguo edificio del Palacio Episcopal; - Buenas tardes padre, Monseñor lo está esperando, adelante – le informó la secretaria, una mujer bastante mayor, que tenía años sirviendo en esa Sede de la Iglesia. Monseñor Rafael Cordelle extendió sus manos, que el padre respetuosamente besó haciendo una breve reverencia. – ¡Hijo que alegría verte! Pasa para que hablemos y me cuentes eso que te está inquietando tanto. Inmediatamente pasó a la contarle la historia sobre esa antigua confesión, la visita de la policía, la conversación con Don Paco; sus remordimientos por no poder ayudar a la Ley a resolver esos crímenes horribles.
- Bueno hijo mío, en realidad tú no sabes de quién se trata, él nunca mencionó su nombre, no estarías violando directamente el secreto de la confesión. Lo sería si revelaras el nombre de la persona que fue hacia ti, o el de otras personas ligadas a ese pecado. Hablar sobre el pecado en sí, no es romper el sigilo sacramental. Pero si en realidad, ese hombre te amenazó en el pasado, deberás obrar con cautela, pues no sabemos que podría suceder en el futuro; creo que tú y Paco tienen que hablar con la policía. Ellos sabrán que acciones tomarán sobre el asunto. Si deseas te puedo acompañar para que te sientas más tranquilo.
- No Monseñor, no se preocupe, le pediré al viejo Paco que me acompañe, porque seguramente los detectives querrán hacerle firmar una declaración.
- Muy bien, te agradezco me tengas al tanto, y elevaré mis oraciones al Señor para que todo se resuelva de la mejor manera, y no haya más asesinatos. Que Nuestro Amado Señor Jesús y la Santísima Virgen te acompañen. Ve en paz hijo.

Afuera ya caía la tarde, las sombras de los árboles cubrían enteramente la capilla, Desde la acera de enfrente, alguien observaba, vigilando los movimientos que sucedían en la capilla, la llegada y salida de la policía, la salida apresurada del cura. Esperó hasta que el padre volviera a entrar más tarde. Alguien que no había olvidado al padre Gastón.
“Yo me iré al infierno pero tú te irás conmigo, “padrecito”; tendré el placer de ahorcarte con tu propia sotana….

Continuará...

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